Siguiendo con la
serie de artículos relacionados con la narrativa de la vejez (aquello que nos
han contado y que nos hemos creído), hoy toca hablar de la segunda gran
componente: La productividad.
En los dos
artículos anteriores hemos visto que, en el discurso actual, la vejez es vista
como un gran problema a resolver y se relaciona a “los viejos” con falta
de vitalidad y con la locura, desde la perspectiva de la salud
Hoy veremos el
estigma que asocia a “los viejos” con una baja productividad, o, aún
peor, a ser un lastre económico para las sociedades y los gobiernos.
El resumen de
lo que veremos hoy:
Los mayores han
pasado a ser beneficiarios de la caridad a través de los “asilos de
ancianos”, a comenzar a percibir unas primeras pensiones, (destinadas
sobre todo a veteranos de guerra) que poco a poco se fueron ampliando a otros
sectores, más adelante surgen los planes de pensiones privados y
promovidos por las empresas y finalmente entra en juego el negocio de los
seguros que es cuando se logra al fin positivizar un poco la etapa de
retiro, pero a su vez, se banaliza el rol y la aportación que los mayores
tienen a la sociedad.
Podemos
destacar cuatro momentos decisivos:
- 1875 creación de la “jubilación”
- 1885 Revolución Industrial
- 1929 Gran Depresión
- 1960 surgimiento de “los años dorados”.
Nacimiento de
la jubilación:
Antes del
surgimiento de los programas de pensiones, a la gente no le interesaba dejar
de trabajar porque esto llevaba acarreado una menor fuente de ingresos
y la pérdida de la posición social, así que, por el contrario, el
retirarse de la vida laboral era algo que se retrasaba todo lo posible.
Pero, a partir de
las primeras iniciativas, tanto en América como en Europa, la gente comienza a
plantearse la idea y la posibilidad de retirarse, sobre todo entre trabajadores
manuales, que eran quienes más sufrían físicamente el avance de los años.
En el caso de USA,
después de la guerra de Secesión, nace el concepto de pensión al veterano de
guerra. Esta pensión, originalmente era solo para los soldados del norte y
estaba atada a una revisión médica que establecía un grado de discapacidad.
Poco a poco, se fueron incorporando nuevos gremios a este derecho y se deja de
vincular a la revisión médica. Al llegar a cierta edad, se comenzaba a percibir
esta “ayuda”, sin más.
Otro hito
importante dentro del continente europeo es en el año 1875 cuando Otto Von
Bismark instaura el sistema de pensiones. Detrás de esta medida
hay diversos motivos políticos en los que no vamos a profundicar. Se cree que
fijar los 65 años como edad mínima para comenzar a recibir esta
prestación se debió a que esa era la edad que tenía Bismark cuando
institucionalizó la prestación.
A partir de
finales de 1800 se empieza a generalizar la idea de retirarse y asumir esta
situación como una nueva etapa de la vida.
Podemos decir que
aquí surge un antes y un después en la forma de enfrentar la vida laboral.
Revolución
Industrial y el Taylorismo:
La irrupción de
la Revolución Industrial hacia el año 1885 no hace más que
incrementar la necesidad de “deshacerse” de la gente mayor de las empresas.
Junto con la revolución industrial, aparecen conceptos como accionistas,
rentabilidad a corto plazo, nivel de producción, eficiencia, etc. Os suenan,
¿verdad?
Se agrega al
coctel la introducción de la jornada laboral de 8 horas y la inversión
que hicieron muchas empresas en introducir nuevas máquinas. Es el
nacimiento del Taylorismo.
Rápidamente se
alimenta la idea de que los empleados de mayor edad no estaban a la
altura de estos cambios y se los relaciona directamente con la baja
productividad.
Las empresas
comienzan a deshacerse de los empleados más viejos, quieran estos o no. Retirarse
ya no es un acto voluntario o ganado, sino una obligación.
La edad se
convierte en el caballito de batalla para los defensores de la eficiencia.
Un agravante
adicional era que, frente a la opción de buscar otro trabajo, estos empleados
competían con una generación de gente más joven que tenían niveles de estudios más
altos. La edad y la falta de formación los expulsaba del sistema, así que
se veían arrastrados sí o sí a un retiro.
Es cierto que algunas
grandes empresas se dan cuenta de esta situación y algunas desarrollan planes
de pensiones propios, más que nada, para resolver un factor ético
que les dejara relativamente tranquilos.
Para principio de
siglo XX, independientemente de cuál fuera la situación financiera o el estado
de salud de una persona mayor de 65 años, solo tenía una opción posible:
Retirarse…
Trabajar todo lo
posible pasa de ser lo típico a lo anormal.
La Gran
Depresión
Luego de la gran
depresión, surge la Seguridad Social en Estados Unidos.
Ante la gran
escasez de puestos de trabajo, los 40 años (si 40) se convierten en la edad
límite para poder acceder a un trabajo. La escasez de puestos de trabajo,
sumado a la creencia de que los empleados de más edad no eran eficientes hacen
que, una vez más, la edad se convierte en caballito de batalla para expulsar
a los ayores del mercado laboral.
Podríamos decir
que este es el nacimiento del edadismo, lacra discriminatoria que,
lamentablemente, nos sigue acompañando hasta nuestros días.
Es decir, a partir
de determinada edad, independientemente de cualquier otra característica, las
personas pasan de PRODUCIR, a CONSUMIR y, automáticamente se
suman a un colectivo homogéneo que se caracteriza por estar enfermo, ser
pobre y poco eficiente. Esta es la definición de VEJEZ.
Años dorados:
En esta época
entran en juego las empresas dedicadas a los seguros de vida y retiro y
logran, gracias a un enorme esfuerzo de marketing, convertir la etapa
vital relacionada con la jubilación en “la edad de oro”.
Los mayores se reconcilian
con el rol de consumidores y lo viven sin culpa. La jubilación se convierte en
una etapa vital distendida y divertida, un jardín de rosas,
vamos.
El foco se centra
ahora en encontrar un propósito a este consumismo. Los jubilados se
convierten en un segmento de mercado atractivo a los que se les pueden
vender cosas…
Las empresas
comienzan a dirigir sus esfuerzos comerciales hacia personas de más de 65 años
saludables que tienen necesidad de HACER algo y están dispuesto a pagar por
ello. La diversión se vuelve una parte imprescindible en la tercera edad.
Estamos frente al
nacimiento de la Silver Economy.
Vemos una cierta evolución en la narrativa de la vejez, pasando de ver a las personas mayores como enfermas o con falta de vitalidad, poco productivas, a incluirlas en una burbuja de felicidad y diversión. Independientemente del signo, tanto negativo, como positivo, queda claro que, llegada cierta edad, tienes que apartarte del mundo y asumir un rol pasivo.
Pero, sinceramente,
¿cuál es el rol de las personas mayores? ¿De verdad creemos que tienen que
estar al margen de la sociedad dedicándose solo a “pasárselo bien” mientras su
salud se lo permita? ¿Es que no tienen nada que aportar? ¿nada que PRODUCIR?
¿por qué nos empeñamos en apartarlos, en excluirlos, incluso físicamente de
nuestras vidas?
La nueva
narrativa tiene que darle un rol activo, productivo, positivo y de aportación
de valor a los mayores porque tienen mucho para dar, y no solo para tomar.
Artículo basado en la lectura de:
“The longevity economy” –
Joseph F.Coughlin – Public Affairs
Muchas gracias por tus artículos Bárbara, son de temas muy interesantes y siempre me ayudan a aprender cosas nuevas y sobre todo, a abrir nuevos canales de reflexión o profundizar en los preexistentes.
ResponderEliminarEnhorabuena!
Muchas gracias, Cesar! los escribo con mucho cariño y el máximo rigor posible. Un saludo!
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