En el artículo
anterior comenzamos a hablar del origen de la narrativa de la vejez abordándolo
desde el plano de la salud. Hay un segundo plano, que es la productividad
(lo dejaré para el próximo artículo.)
Vimos que la
vejez se asociaba directamente a la falta de vitalidad ya que se
consideraba que esta era una dosis única que recibíamos en el momento del
nacimiento y que se iba perdiendo irremediablemente a lo largo de los años.
Siguiendo con las
teorías relacionadas con la vitalidad, surge lo que en su momento se llamó “enfermedad
del climaterio”.
Este período
abarcaba en las mujeres entre los 45 y los 55 años y en los hombres
entre los 50 y los 75 años. Es decir, las mujeres perdían vitalidad a
partir del momento que dejaban de ser fértiles ya que este período se
relaciona directamente con la menopausia, en cambio, en los hombres,
se lo relaciona con la aparición de arrugas, pelo gris y debilidad corporal.
Si habéis seguido
mis artículos hasta el momento, ya sabréis que las mujeres viven bastante
más que los hombres y que estos tienen, además, mayor morbilidad que las
mujeres.
Entonces, esto
implicaba que las mujeres se consideraban “viejas” mucho antes
que los hombres y, por lo tanto, eran viejas durante mucho más tiempo
que los hombres por pura estadística de esperanza de vida. Tremendo.
Cuando hablamos
de feminización de la vejez, encontramos aquí otra diferencia
significativa a la hora de catalogar hombres y mujeres como viejos.
A partir de ese
período climatérico, se esperaba que las personas bajaran considerablemente su
nivel de actividad para conservar la poca energía que supuestamente les
quedaba.
Y ya para
rematar, el signo más preocupante que se relacionaba con la enfermedad
del climaterio era un incremento en la tendencia de enfermedades mentales,
o demencia. Estamos hablando del siglo XIX. Parece increíble, realmente.
Los médicos
llegaban a advertir que, aunque una persona pudiera parecer físicamente
saludable o activa, podía ser que su cerebro estuviera ya en proceso de
decadencia.
Es aquí cuando
se rompe la visión antigua de que la gente mayor era fuente de sabiduría y
consejo. Ahora, simplemente, pasan a ser personas con poca flexibilidad mental,
o, directamente, “locos”.
El propio Freud
dijo en 1904 que la gente mayor ya no era educable. Hablamos de
mayores de 50 años y él tenía 48 años cuando dijo esto. (Si recordáis un
artículo que publiqué hace tiempo, el Banco de España emitió un reporte
donde sostenía algo muy similar a esto y fue en el año 2019, os lo dejo en
fuentes) (1)
Para poder diagnosticar
enfermedades mentales entre los mayores, los médicos se basaban
fundamentalmente en cambios de actitud o conducta. Esto se relaciona con
la afirmación anterior: Si a partir de los 50 años el cerebro se vuelve más
inflexible, ergo, si hay algún cambio, es porque esa persona no está en sus
sanos cabales. ¿Por qué? Porque ya no se espera ningún cambio, ninguna
evolución, ningún avance…
En síntesis: A
partir de los 50 años, hombres y mujeres ya no pueden cambiar y solo pueden
dedicarse a mantener la escasa cuota de vitalidad que les queda para retrasar
la muerte en la medida de lo posible.
Vemos como se
tejen los argumentos que relacionan la vejez con enfermedad física y mental y
que, además, la blinda de cualquier escapatoria.
Aquí se acaba
también con toda posibilidad de poder disfrutar de una vejez saludable, física
o mentalmente hablando.
A estas alturas,
no sé si reír o llorar… ¡yo tengo 46 años y me siento con más energía que
nunca! Lo hubiera pasado muy mal en esa época no tan lejana.
Fuentes:
1. ENVEJECIMIENTO, PRODUCTIVIDAD Y SITUACIÓN LABORAL -
Brindusa
Anghel y Aitor Lacuesta – Banco de España 2019
Artículo basado en la lectura de:
“The longevity economy” –
Joseph F.Coughlin – Public Affairs
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