31. La Narrativa de la vejez (1er artículo)


Estoy frente a una paradoja que comparto abiertamente con vosotros: Desde que tengo más tiempo, tengo menos tiempo.
Si bien nos dijeron desde el principio que “esto no son vacaciones”, creo que el mindset con el que enfrentamos los primeros 15 días de cuarentena iban un poco por este lado: “Genial, voy a teletrabajar y aprovecharé para hacer muchísimas cosas para las que no tenía tiempo.”
La realidad, al menos en mi caso, fue bien diferente.
  • El tiempo ahorrado en el atasco diario se lo lleva ahora lo que me cuesta levantarme por la mañana después de una noche de insomnio.
  • La productividad que solía tener cuando trabaja SOLA desde casa se ve afectada por un sinfín de interrupciones bien sea por mi hija, por las incesantes noticias que están permanente saltando o por los infinitos WA cargados de memes y bulos.
  • La concentración se ve afectada por la natural preocupación por la salud de los nuestros, del futuro que nos depara y lo que será de lo hasta ahora era nuestro “estado de bienestar”.
  • Las listas de “To do” y “Nice to have” que suelo hacer para organizar mi día y mi semana las veo totalmente superfluas a la vez que me veo inmersa en una sucesión de tareas pequeñas, tediosas, poco habituales que tienen como fin la sostenibilidad de un mínimo de orden y limpieza en el hogar donde pasamos 24 horas al día los tres miembros de mi familia.

Tanto estudiar escenarios VUCA, entornos líquidos y apoyarnos en el ecosistema parecen de risa frente a este “new normal” totalmente distópico que ni las peores películas llegaron a imaginar.
Es por eso por lo que, en las sucesivas semanas acortaré la longitud y la profundidad de los artículos. Quiero seguir estudiando y escribiendo, pero siento la necesidad de ser amable conmigo misma y librarme un poco del rigor y constancia que suelo tener en todo lo que hago.
Dicho esto, vamos al tema de hoy:
Estoy sumergida en la lectura de “The Longevity Economy” de Joseph F. Coughlin que es el fundador y director del “AGELAB” del MIT.
El primer insight que he sacado de las primeras páginas es que lo primero que tenemos que hacer como personas y como sociedad es re-escribir la narrativa de la vejez.
La narrativa de la vejez es una historia que se ha ido pasando de generación en generación y que nos hace sentir de determinada manera frente a algo y nos parece aceptable.
Al final de cuentas, el regalo de la vida viene sin libro de instrucciones y los años de gracia que hemos conquistado, se nos han quedado grandes porque no sabemos muy bien cómo gestionarlos.
Entonces, si no cambiamos la mirada sobre esta fase de nuestras vidas, no podremos dar el salto cualitativo que necesitamos para poder afrontarla como verdaderos años de gracia, llenos de retos y oportunidades, no solo a nivel personal, sino social y económico.
El mandato que aún nos rige hoy es que 
La vejez es una versión miserable de la madurez.” 
Ironía aparte, la vejez se presenta como una barrera que atravesamos y allí nos quedamos esperando morir.
Lo que está claro es que esta narrativa va a cambiar gracias a la irrupción de una generación que nos ha demostrado que siempre lograron lo que se proponían: Los Baby Boomers.
Hilando un poco más fino, el colectivo en concreto que más contribuirá al cambio serán “las” Baby Boomers; mujeres mayores con mayor grado de formación y ya inmersas en el mundo laboral que se posicionarán como las grandes innovadoras y nos darán más de una sorpresa agradable. (¿Recordais el artículo de: “La vejez tiene cara de mujer”…?)
Lo cierto es que la vejez es un invento, un invento que, si bien tiene una base biológica, es una idea que el propio ser humano ha creado. Lo curioso es que en muchos casos termina siendo profecía autocumplida y de ahí que se retroalimente la narrativa una y otra vez.
Otra cosa muy importante es que cuando hablamos de “vejez” o “viejos” parecería que, automáticamente TODAS las personas, a partir de cierta edad, independientemente de su sexo, raza, nacionalidad, personalidad, historia y situación socioeconómica se transforman simplemente en: VIEJO. Pero, hay tantos tipos de viejos como personas existen.
Empecemos por el principio: Para poder re-escribir esta narrativa, hay que entender de donde viene, así que comparto hoy con vosotros algunas pinceladas sobre estos orígenes:
Antiguamente, en etnias tribales y viejas civilizaciones, los ancianos eran venerados y respetados ocupando un rol activo dentro de su sociedad. Eran personas sabias a las que se recurría en busca de respuestas, conciliación o simplemente, compañía. Quitando muy pocas culturas, como la japonesa, tal vez, esto ya no es así.
La visión más generalista y negativa de la vejez, comienza en el siglo 19 según la práctica médica de esa época y las instituciones sociales emergentes. Hasta ese momento, en casi todas las culturas, envejecer era algo que se vivía y experimentaba de forma individual (o única), pero en la segunda mitad del sigo 19 esta vivencia comenzó a cambiar debido al surgimiento de los primeros planes de pensiones, a las residencias para ancianos y a otras instituciones dedicadas exclusivamente para las personas mayores tanto en Europa como en Estados Unidos.
Este paso de lo individual a lo colectivo hace que todas las personas se traten simplemente como “viejos” y también que la sociedad comience a ver a esta población como un problema que necesita una solución.
Desde el punto de vista médico, allá a finales de 1800, la medicina occidental acuerda que uno se vuelve viejo cuando ya no le queda energía vital. Con esta lógica, lograron explicar por qué la gente joven se reponía mejor de las enfermedades que los viejos.
La vitalidad, o, mejor dicho, la pérdida de esta generaba una predisposición a la debilidad que, a su vez, volvía a los cuerpos más viejos más vulnerables frente a las enfermedades… ¡Tremendo!
Para agregarle más hierro al tema, esta teoría se soportaba en un pensamiento religioso que surge a partir del año 1830: La cantidad de vitalidad que recibes al nacer es tu cupo. Como una pila Duracell, vamos.
Había que saber utilizarla bien y era tu propia responsabilidad el decidir en qué la gastabas. Os imaginareis que había ciertas actividades que consumían más vitalidad y que, por lo tanto, predisponían más a la enfermedad y a la muerte. Esas actividades eran, por supuesto, las divertidas.
Para poder conservar la vitalidad, surge, por contraposición, la moderación y la abstinencia como la clave para una larga vida.
En resumen: la narrativa actual nos habla de que todos los viejos son iguales, que son un problema que resolver y que no tienen vitalidad y por lo tanto son débiles.
Y digo yo: ¿Es así como os imagináis en el futuro? ¿Es así como se verá la gente mayor de hoy?
No, ¿verdad?
Seguiré desgranando la narrativa de la vejez hasta tener la foto completa en próximos artículos. Creo que, con esta primera aproximación, ya tenemos material para ir pensando.
¡Buena semana!

Fuente:
“The Longevity Economy” – Josepgh F. Couglin – Public Affairs 2017

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